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martes, 10 de agosto de 2021

El sueño de un santo

Entre los dedos de mis pies espuma 

de olas desgarradas, barrancos y alcohol

del matojo cuervos escupen agujas 

y entrelazan las uñas ante el monzón 


Entre los dedos de los pies acero 

la piel del vagón: cardos, óxido y gritos 

y de los grandes charcos surge el cuero

sobre ellos más retículas de mosquitos


Es negro el borde del mar

bulle pieles muertas y regurgita 

del barro sobresalen cadáveres al andar 

como nenúfares de flores marchitas 


Mi padre tiene dedos y tiene pies 

entre ellos un arma blanca 

suena un piano al anochecer 

y estira sus finas patas de araña 


Cielo cubierto de sombras doradas 

un cubo proyecta: el pez se come al pez 

el cuerpo de un niño flota en la playa 

y el sueño de un santo gira en carrusel

miércoles, 12 de agosto de 2020

El declive

Te has mentido tanto
que has dejado de confiar en  ti
y por ello dudas de tu consciencia,
de tu despertar entre dos espacios ondeantes
en los que nada es tangible y nada
es sincero.

Quizá sea el espectáculo del que
como espectador expectante
crees que creas creyendo así
como Quijote en la editorial.

Padeces de aquello que parece,
intentas sostenerlo y, una vez verso en mano,
no ves la verdad 
escondida tras una densa cortina de humo emergente
de tu propio tabaco.

Eres el monje frente al acantilado,
ves el mar en calma, la sublimidad
del porvenir y su tempestad,
deshaciéndote el bazo para observarlo arder.

No quisiera causar la lluvia silente
por moverme entre las sombras
pero afirmo haberte visto girar 
desvaneciéndote de grano en grano, 
siendo arena fina.

Entre las realidades existe el vacío
del que cuelgas tus pies para balancearte
el precio, sin embargo, son tus oídos,
tus ojos y tus labios. 

Deberías dejarte caer,
o asumir la razón de Meursault:
"Alors, je n'ai rien vu.
C'était la peine qui m'empechaît de voir.
Et même, je me suis évanoui."




miércoles, 8 de abril de 2020

#1 Cuarentena 2020


Los amantes espacio y tiempo se han separado y ahora el uno consume al otro hasta una locura asfixiante. Me he quedado sin relojes en mi habitación, cayeron de las paredes cuando comenzaron a comprimirse y ahora doy los mismos pasos circulares sobre cristales rotos. Desayuno, comida y cena, si te permiten utilizarlos como aguja. 

Siento que me evaporo y me invade la angustia de saber que necesito el oxígeno que ocupo, mas no temo desvanecerme pues ha desaparecido el mundo al otro lado de la ventana y, por lo tanto, ya no tengo ventana. Por otro lado, los sentidos también se quedaron en la acera de enfrente y ahora solo puedo sentir mis recuerdos también encerrados bajo llave y sin luz. 

Desconozco la fecha exacta, y las voces del piso de arriba -periódicamente-, han olvidado el lenguaje y se limitan a repetir el chirrido incesable de cada salón. La consciencia y la cordura caen desplomadas de las terrazas. Hace un mes desde la articulación de mi última palabra, tampoco sé si no se me habrán caído los labios y el pelo; por ello decido escribir. Les pido que distingan la diferencia del acto individual.

Logan Tamayo Gómez 07/04/20

domingo, 29 de marzo de 2020

Canción a Miguel

Una luz intermitente nos persigue

por todos lados

se ha pegado a las sombras y ahora

nuestros talones no siguen un compás.

 

Camino vacilando de

destello en

               destello y

esquivando             los huecos,

como marinero pegado a un faro

de niebla hasta el cuello y

de niebla industrial.

 

Para desayunar tontean con el sueño

lorazepam bajo las lenguas.

Peones en vagón, la Renfe rodea

y tambalea para marear al pueblo.

 

Desde pequeñas rejas asomamos

todas las narices que vayan cabiendo.

Así desafiamos al cuchillo

que sigue

sigue volando y sigue hiriendo.

 

Una luz intermitente nos atrapa

preparando tras las mentes dos cañones

una guitarra flamenca sobre el mapa

y un séquito de banderas en balcones.

Un rasgueo a contratiempo

con la voz desafinada.

Se nos olvida el sabor de un beso

mirando por la ventana.

 

Tengo las uñas marchitas

de rascarle al barro.

Algo os digo que os irrita

puede que suene amargo

pero no es propio de un poeta

ignorar si el pueblo grita.

jueves, 2 de enero de 2020

Spleen

Lo único que escucho cuando me balanceo
de un lado al otro
arrastrándome al caminar
son mis pequeños trozos agrietados
chocando unos con otros como
un viejo bolsillo descosido
repleto de cobre.

He dejado de poseer mirada alguna pues
la noche engulle mis párpados
y el color del corazón se refleja
en un pantano fétido
sobre el blanco de mis pómulos.

Contra mi garganta impactan,
desde el estómago en contrapicado
ácidas incisiones envueltas en mugre
que giran en un eterno caos e
infectan desde el bazo
hasta la punta de la lengua.

Corrosivo sulfato de cobre
se derrama sobre mis pulmones
de aluminio
y sus pequeños trozos oxidados
caen aliñando el cóctel sangriento
que permanece en mi estómago
y deja mis dientes mugrientos.

Mi columna no es más que un hilo
sobre el que se tiende mi cabeza colgante
constantemente estimulada por gritos
agónicos, de mal aliento
que la mantienen despierta.
Ya no soporta el peso de la oscuridad
aplastante
que bulle sobre mis hombros.

Una mano negra baila entre mis costillas
destrozándolo todo a su paso.
Amartilla una a una las más de mil astillas
de lija ardiente que sostiene mi pecho
para dibujar con coágulos el esperpento
cóncavo de mis pensamientos.

Así me impregno del perfume del muerto
que relleno de sangre, sudor y bilis
abre su boca y desprende el espeso negro
de la putrefacción.

Estoy muerto en vida
y deseo estarlo bajo tierra.